Hay heridas profundas que parece
que jamás se cierran.
A veces, es porque uno mismo
se empeña en impedir que cicatricen.
Tienes un dolor en tu corazón
pero también la esperanza
de devolverlo a su origen,
comprenderlo, anularlo
y seguir caminando.
Trata al dolor como algo físico,
dale la vuelta como un calcetín,
del derecho y del revés,
airéalo arriba y abajo,
y déjalo a un lado, olvidado.
El dolor que perdura en demasía
se atrinchera y se encorajina.
Hay que concederle la justa importancia.
Ni más ni menos. La justa.
Se trata de encontrar soluciones
no de refocilarse en la ciénaga
del tormento.
No hay que ser víctima
sino dueño de nuestro dolor.
Y acabar con él.