La novela espera, impoluta y
virginal,
su turno.
Echada en perpendicular sobre
las que ya han sido leídas,
ella sabe,
desde que llegó a casa el 30 de abril,
que llegaría su momento
estelar,
el día en que yo abriría sus páginas con devoción,
aspiraría su fragancia de gardenia,
anotaría
la fecha de inicio de lectura
y me adentraría entre sus párrafos
como quien se
lanza a una aventura ignota,
solazando mi avidez lectora en las palabras,
que son como un astrolabio
en el mar de las hojas,
ora tenebroso, ora
apacible,
pero que constantemente me conmueve,
me ilustra y me entretiene.
Cada vez que abro un libro,
navego con Ulises a mi Ítaca.