Resulta estremecedor sucumbir a la
invasión,
esa irrupción impetuosa y dolorosa,
exenta de raciocinio, de la
inspiración;
esa intrusión de personajes imaginarios
en mi vida ordenada;
esa
algarada de sentimientos
desparramándose por las páginas;
la impertinencia de
los vocablos
saltándose el decreto de las líneas paralelas;
la injerencia de
los paisajes extorsionando
con su colorido las sombras del argumento…
Todo en la escritura me supone placer y
angustia,
un equilibrio de realidad y fantasía
sin el que no puedo vivir ni un
solo día.