Ha llegado septiembre
con el cielo espolvoreado
de discretas nubecillas grises.
Son pequeñas e irregulares
como buñuelos de viento
amasados al azar.
Están tan cercanas
que podría alzar mi brazo
y cogerlas con la mano.
Como ese avión de juguete
que se disfraza entre ellas
con sus luces intermitentes.
Ya se han ido todos de Guardamar,
mis amigos de Madrid,
los compañeros de vivencias estivales,
de diálogos bajo la sombrilla,
de "cañitas" al mediodía,
de paseos por la orilla
y de helados en la anochecida.
Mis amigos de Madrid,
Flores, ya sin Cefe,
Santi y Vicenta,
Tomás y Crucita,
su hija Sara, Sebas y Alba;
amigos de años que provocan
con su ausencia la medida del dolor.
Pues la amistad se puede medir
con la cantidad de lágrimas derramadas
el peso de la nostalgia en el corazón
el volumen de recuerdos compartidos
y el vacío de sus tiernos abrazos.
También Tristán ha viajado
en un destino sin regreso.
Se quedó dormido entre mis brazos
y lo enterré con mis manos.
Tristán,
un fiel amigo sin medida,
el ser vivo que más me ha querido.
Aún me resulta doloroso recordarle
desde el ocho de agosto que marchó.
Ya hemos vuelto todos a nuestra labor.
Amigos de la red,
soy feliz por reencontraros.