Alguna tarde,
me siento a contar jazmines
mientras
los últimos rayos de sol
se acuestan apasionadamente sobre la sierra,
en un
ejercicio que no tiene nada de casto.
Tímidas sombras ganan terreno al campo
y los
geranios se echan a dormir
mientras las margaritas suspiran
y el baladre se
balancea.
Contar jazmines es un ejercicio laborioso
y su
fragancia penetrante me emborracha.
Mañana me veré obligada a acudir
a la
“Asociación de afectados por vapores olorosos”, obviamente de modo
anónimo.